Diario de viaje, Sábado, 18 de junio de 2011
Lo odio.
No puedo describir cuanto odio ser un animal. Lo detesto, y aún así me lo tengo que tragar. Puedo fingir ser más, o ser menos. Pero a la hora de la verdad los latidos de mi corazón me controlan.
Puedo alzar la mirada al cielo, puedo perderme por sus formas y colores, puedo fingir que no soy yo, o puedo terminar con el baile.
Si mis deseos no los elijo, entonces yo no deseo. Si no elijo qué siento no siento. Si no elijo qué pienso no pienso. Y si no elijo si vivo entonces no estoy vivo.
Yo la escucho. Yo la siento.
¿Tú la escuchas? ¿Que tú la obedeces!
¡Dadme una H!, "¡H!"
¡Dadme una U! "¡U!"
¡Dadme una M! "¡M!"
¿No es excelente como todo se hace solo?
¡Dadme una A! "¡A!"
¡Dadme una N! "¡N!"
¡Dadme una O! "¡O!"
¿No es increíble como todo sucede por si mismo?
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Ahhh. Ser humano va a acabar conmigo.
Por favor, si el juego no es siquiera divertido.
Nacer, reproducirse y morir, tratando de seguir vivo hasta el último suspiro.
No me basta. No me basta buscar éxito, no me basta ser una marioneta en manos de mis instintos, no me basta ser humano.
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Y, aún así, a la vez es demasiado.
"Pobre de mi, oh pobre, y las aves ya no cantan más."